lunes, 12 de septiembre de 2016

NOVELA

Al Otro Lado

por Carlos Lozano


Capítulo I
            Caía la tarde a plomo, como mi cansado cuerpo sobre el camastro, después de la jornada de trabajo en la plantación. Por suerte, al día siguiente tenía libre y un compañero me había convencido para que lo acompañara  esa noche a dar una vuelta por la ciudad. Mientras le esperaba, mi imaginación comenzó a volar hacia el mismo lugar en el que venía haciéndolo últimamente. Había pasado ya más de un año desde que llegue a la isla caribeña, el mismo tiempo que no tenía noticias de Guaxara. Recordaba como nos conocimos en El Valvanera, el barco que nos trajo hasta aquí, como me quede impactado nada más verla y los momentos que compartimos durante la travesía... y como la perdí nada más llegar. En teoría, tenía que haber desembarcado en La Habana, pero decidí hacerlo una escala antes, en Santiago, donde lo hizo Guaxara, para no separarme de ella, salvando sin saberlo en ese momento mi vida, ya que el buque naufragó antes de llegar a La Habana y nadie sobrevivió. Tras poner pie en tierra, me indicaron que existía en el mismo puerto una oficina de contratación a la que me dirigí. Me encontré con una larga cola. Al ritmo que avanzaba, era vidente que iba a pasar parte del día en ella antes de ser atendido. Guaxara, me indicó que tenía que dirigirse cuanto antes a una dirección en la que la esperaban para hacerle un contrato de trabajo que traía apalabrado desde Las Palmas. Me dijo que no me preocupara, que en cuanto tuviera resuelto su contrato, regresaría a buscarme. Se marchó. No volví a saber de ella.
            Llegó el compañero. Se llamaba Juan, pero lo conocíamos por Lanzarote, por provenir de la isla de los volcanes. Anduvimos por la ciudad hasta bien entrada la noche, comiendo aquí, bebiendo allá, más bebiendo que comiendo. Con unos cuantos vasos de ron encima, llegamos a un local de la periferia. Una chica de amplia sonrisa y  senos al descubierto nos recibió en la barra. Pedimos ron. El sitio estaba tranquilo. Engullí el ron al ritmo de una bachata que sonaba en el ambiente. Pedimos otro ron. Me percaté de que al fondo de la barra, en una zona a media luz, una chica de rodillas se lo estaba haciendo a un tipo gordo. Al cabo de unos minutos el gordo salió de la zona de penumbra a la par que se subía la bragueta. Limpiándose el sudor de la frente con un pañuelo y con cara de felicidad se dirigió hacia la zona de la barra donde estábamos nosotros.
- ¡No hay nada como que te la chupe una isleña!.- exclamó.
Tras de él, aparecía la chica. Se limpiaba con cuidado algunas gotas de semen de las comisuras de los labios. Dí un respingo y sin pensarlo, me abalancé sobre el tipo lanzando su obeso cuerpo al suelo. Tumbado en el suelo y yo de pie le grité:
- ¡Máldito hijo de perra!
Justo cuando me disponía a golpearlo, Lanzarote me sujeto. El tipo gordo aprovecho para levantarse. El desconcierto reinaba en su cara:
- ¡¿Se puede saber que haces imbécil?! - me dijo, y a continuación dirigiéndose a alguien tras de mi inquirió - ¡Oiga! ¡Este tipejo me ha agredido sin más!.
Miré hacia atrás y un mulato del tamaño de un armario y bien musculado venía hacia mí.. Acto seguido, sin atender al gordo ni al mulato, fui hacia la chica. Estaba impactado por su huesuda cara en la que ni el maquillaje puesto en exceso conseguía disimular unos salidos pómulos y unas profundas cuencas de los ojos, unos ojos tremendamente tristes y apagados.
- ¡Soy yo! ¡¿no me reconoces?! - le dije
- No sé quién eres. No te he visto en mi vida.- me respondió casi sin mirarme.
- ¡¿Cómo que no?! ¡Maldita seas!
- ¡Eh, deja de molestar a Rebeca! ¡Deja de molestarnos! - intervino la chica de la barra.
- ¡¿Rebeca?! ¡Qué...
No pude decir nada más, ya tenía el mulato del tamaño de armario encima. Me lanzó un golpe que esquivé a duras penas, Lanzarote tiró de mi, soltó unos pesos sobre el mostrador y salimos a la carrera. Justo antes de abandonar el local, aún tuve todavía tiempo para volverme y reencontrarme de nuevo con su mirada, una mirada en la que  en lo más profundo de la misma pude llegar a ver un reclamo de auxilio. Cuando salimos y nos alejamos del local, Lanzarote atónito no daba crédito a lo sucedido
- ¿Se puede saber que te ha pasado?
- Es ella ¡Es ella!
-¿Quién?
- ¡Guaxara!

 continuará....


El Valvanera.
Inicio De Un Sueño
por
Carlos Lozano


            Nunca podré olvidar aquel 17 de agosto de 1919 cuando vi por fin aparecer a El Valvanera, con sus 131,9 metros de eslora y sus ocho mil toneladas, haciendo su entrada en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria. Aquel moderno y rápido vapor de dos hélices, de Pinillos e Izquierdo, no era sólo en esos instantes para mí,  un fenomenal buque de pasajeros, sino sobre todo, el medio con el que iba a llevar a cabo la realización de un sueño.

            El Valvanera había iniciado su travesía días atrás en Barcelona, con escalas en Málaga y Cádiz, donde había recogido pasajeros y partidas de frutos secos, vino y aceitunas. En Las Palmas, le esperábamos para embarcar más de doscientas personas. Junto a mí, para despedirme, estaban mis padres y mi querida hermana. A pesar de las ganas que tenía por iniciar mi aventura, la despedida fue dura. Mi madre y mi hermana no paraban de llorar y de abrazarme y mi padre no dejaba de darme consejos, y los tres me pedían ansiosamente que les escribiera en cuanto llegara. Alrededor nuestro, escenas similares se repetían, aunque en muchos casos, eran familias enteras a las que se les veía embarcar.

            Tras repostar y recoger a los nuevos pasajeros, el Valvanera puso rumbo a alta mar, cargado de sueños e ilusiones y dejando,  tras de sí, vidas desesperadas. Lo primero que hice en el barco fue asomarme por la cubierta de popa. Desde allí, contemple  La Isleta. Dejaba mi isla, mi barrio, mi familia, mi infancia, mi escuela...

            Hacía cuatro años que había terminado la escuela y desde entonces me había dedicado a buscar trabajo para ayudar a la familia. El salario de mi padre no daba para mucho y había que ayudar. Pero el trabajo escaseaba, éramos muchos los jóvenes que lo buscábamos. La economía, en general, en las islas estaba mal. A la par, eran constantes las noticias que llegaban desde el otro lado del océano sobre las posibilidades de conseguir un trabajo bien pagado allí. Así que le conté a mi familia mi deseo de marcharme, iría a Cuba, tenía un fuerte pálpito, mi plan sería trabajar durante unos años en la isla caribeña hasta conseguir el dinero suficiente para regresar y poder darle una vida cómoda a mi familia.

            Y así, allí estaba, en la popa del Valvanera, viendo como mi querida  Gran Canaria se deshacía en el horizonte igual que las dos lágrimas que me recorrían las mejillas.

             Me di la vuelta, me sequé la cara y dirigí mi mirada a la inmensidad del Atlántico. Recuperé las ganas y la ilusión. La aventura empezaba. Tras dos escalas en Tenerife y La Palma, donde se recogió al resto del pasaje, el buque puso rumbo con más de 1200  personas a bordo a San Juan de Puerto Rico, primera escala en el continente americano.

            La travesía duró catorce días. Los dos primeros los pasé tumbado en la litera con un fuerte mareo, por suerte, al tercer día se me quitó. El tiempo fue bastante bueno durante todo el trayecto. Una cosa que me llamo la atención del barco durante el viaje era que, cada día que pasaba, se escoraba más a estribor y este hecho no sólo fue una apreciación mía, ya que se  empezó  a comentar con cierta preocupación entre los pasajeros. La gente que viajaba eran casi todos emigrantes; había estancieros, vendedores de frutos del país, artesanos ligados a la construcción, bodegueros, agricultores, etc.

            A mitad de travesía, me sucedió un hecho que luego tendría gran trascendencia en mi vida.  Estaba paseando por la cubierta cuando empecé a oír una dulce voz que entonaba una conocida décima guanchera que decía así:

Para la Habana me voy,
              madre, a comer plátanos fritos,
que los pobres de aquí,
   son esclavos de los ricos.

Llegué hasta quien cantaba y entonces vi que se trataba de una hermosa y bella joven, más o menos de mi edad, de la que me quedé prendado al instante. Tenía un cabello espeso y moreno que le caía coquétamente en forma de rizos sobre los hombros y unos ojos grandes del color de la miel. Entablé conversación con ella lo mejor que supe. Me contó que viajaba sola y que iba a Santiago de Cuba con la promesa de un contrato de trabajo. Yo le comenté que también viajaba sólo, pero que  iba a la Habana. El resto del viaje lo pasé intentando estar el máximo tiempo posible junto a ella, junto a Guaxara.

            A primera hora de la mañana del día catorce se divisaron las costas americanas. Tras escala en Puerto Rico, nos dirigimos a Santiago de Cuba. Esto, en teoría, suponía tener que despedirme, posiblemente para siempre, de Guaxara. Y digo en teoría porque sucedió lo siguiente. Acompañe a Guaxara a tierra. Nos fundimos en un abrazo para despedirnos que me erizo la piel. Fue un abrazo tan intenso que sentí que algo me decía que no debía separarme de ella. No obstante, di media vuelta y empecé a subir al barco. Entonces me llamo de nuevo la atención la inclinación del navío. No sé si fue otro pálpito, el deseo de no separarme de Guaxara o el estado del buque, pero lo cierto es que recogí mi maleta  y  baje a tierra. Curiosamente, al igual que yo,  la mayoría de los pasajeros abandonaban el barco, aunque a muchos de ellos les había escuchado decir que su destino era La Habana. Lo que, en esos momentos, no sabíamos, ni yo ni los pasajeros que dejamos el barco, es que estábamos salvando nuestras vidas.

            Días más tarde, saltó la noticia. La noche del 9 al 10 de septiembre El Valvanera sorprendido por un fuerte huracán naufragó justo antes de llegar a La Habana, el viento lo empujó sobre un bajo arenoso en Half Moon Shoal. Al embarrancar volcó sobre el costado de estribor. No sobrevivió ninguna de las 488 personas que aún viajaban a bordo.  Lo que más desee en ese momento era que la carta que había escrito a mi llegada a mi familia les llegara cuanto antes, para que supieran que estaba bien. Unas semanas más tarde recibí una carta de mis padres en el que me expresaban su gran alegría y la angustia que pasaron hasta que tuvieron noticias mías.

Epílogo

            En Cuba, conseguí trabajo en las plantaciones de tabaco, con el tiempo pude llegar a tener tierras propias y a hacer unas inversiones que me resultaron muy rentables. Esto me permitió poder enviar dinero regularmente a mi familia y mejorarle su vida.  Guaxara se convirtió en mi mujer, tuve tres hijos con ella, dos chicos y una chica. Nos quedamos a  vivir para siempre en Cuba. Nos enganchó El Caribe con sus paisajes, colores, aromas y gentes. En la actualidad varios de nuestros nietos viven en Las Palmas de Gran Canaria.

NOTA DEL AUTOR

        Ciertamente, El Valvanera existió, y todos los datos que se muestran sobre las características de este buque, escalas que realizaba o tiempo que tardaba en realizar  la travesía transoceánica, entre otros, son reales. También es un hecho histórico que El Valvanera naufragó en la fecha indicada, justo antes de llegar a La Habana. Las crónicas del momento señalan que, dentro de la desgracia, afortunadamente la mayoría del pasaje dejó el barco en Santiago de Cuba, aunque algunos tuvieran inicialmente como destino final La Habana.

            A lo largo de la historia han sido varias las oleadas migratorias producidas entre ambos lados del océano. De hecho, desde Canarias la emigración no ha sido tanto hacia la Península o Europa, sino que ha existido una fuerte tradición de emigrar hacia el continente Americano, sobre todo a países como Cuba o Venezuela. Las razones migratorias, como suele ser habitual, han sido las de mejorar las condiciones de vida, pero también fueron en algún momento, las de buscar un lugar donde llevar a cabo inversiones. Últimamente, la dirección migratoria se produce, sobre todo, desde El Caribe hacia Canarias. Muchos cubanos que residen actualmente en Canarias son descendientes de Canarios que emigraron en su momento hacia la isla caribeña. Hoy día, vivir en Las Palmas conlleva el privilegio de tener amigos cubanos.


                                                                                                                  Foto internet


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